Sevilla_

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"...un relato es una carta que el autor se escribe a sí mismo para contarse cosas que de otro modo no podría averiguar". Carlos Ruiz Zafón

viernes, 30 de diciembre de 2011

Feliz Navidad!


Era una fría e inhóspita noche de invierno; los árboles pelados, la humedad palpable, la escarcha sobre las paredes… La gente caminaba corriendo por las calles, huyendo del frío glacial, intentando desentumecer sus congeladas piernas, sus insensibles pies.
Y mientras, él lo miraba todo desde la ventana de su casa.
Veía correr a la gente de un lado a otro, bajo un cielo sin estrellas porque las luces de la ciudad las cegaban; bajo un manto de humedad tan intenso que se veía caer lentamente sobre el frío y pétreo suelo de la plaza. Veía las sombras de los cuatro atrevidos pájaros que aun se atrevían a volar de rama pelada en rama pelada.
Se arrulló un poco más en su manta. Sólo de mirar por la ventana ya le entraba frío. Pero su casa era muy cálida, una casa en el centro de la ciudad, había tenido mucha suerte de haber encontrado aquel sitio. Era una casa de ensueño, sí señor.
Se levantó levemente del sofá, lo justo para alcanzar la chimenea y avivar el fuego. Una oleada de calor reconfortante le invadió el cuerpo al instante y volvió a acurrucarse en el sofá con los pies subidos en el, lejos del suelo. Siempre le había gustado quedarse embobado mirando las llamas en la chimenea, cómo el fuego creaba cada milésima de segundo sus propios dibujos, sus propias formas, formas únicas y diferentes a cada instante.
De repente, una ráfaga de aire sacudió sus cabellos enmarañados y descuidados. Nunca le había preocupado su imagen personal mientras estuviera en casa, lo importante era estar cómodo, después de todo. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero no se levantó del sofá para cerrar la ventana, porque no podía hacerlo. Apenas dos días atrás unos gamberros le habían roto la ventana tirándole piedras, y aun no habían venido a arreglársela, porque al fin y al cabo eran fechas de fiesta. Pero bueno, sólo había sido una pequeña ráfaga de aire, él seguiría allí, delante de la chimenea, plácidamente acurrucado.
Pero no fue sólo una ráfaga de aire, al poco tiempo se levantó una ventisca considerable, y removió la casa entera.
“Maldita ventana rota…”
Alarmado, oyó como aquel marco caía de la estantería. Esa foto de la torre Eiffel, con la bandera de Francia al fondo, recuerdo de un viaje que hizo apenas un año atrás con su esposa.
El cristal se hizo añicos y su humor empezó a decaer.
Las copas que lucían en su vidriera no dejaban de tintinear, cada vez con más fuerza, porque el viento azotaba el mueble, que estaba muy cerca de la ventana. Temía que se rompieran las copas, porque, al fin y al cabo, eran una colección exquisita de un cristal inmejorable.
La cosa empeoró cuando el viento no se contentó con remover su casa por dentro sino que empezó a levantar la casa. Las paredes temblaron levemente, como si la casa se estremeciera, justo antes de despegarse del suelo. Casi parecía que era él el que caía y no la casa la que se levantaba.
Pero, en realidad, no estaba preocupado. No era la primera vez que le pasaba, pero le fastidiaba la situación. La casa se levantó, se descolocó, se removió… pero no importaba, porque cuando parecía que iba a volarse por completo, la cuerda que él llevaba atada del tobillo tiraba de la casa.
“Shrrrrhhhh… ¡Qué frio!”
Era una lástima, pero el hecho de que hubiera aprendido a que su situación no le importara lo más mínimo no quitaba que tuviera muchísimo frío. Se levantó, con una sonrisa cansada en los labios, y cogió el cartón con la mano derecha, lo desdobló y volvió a acostarse en aquel umbral, utilizando aquel cartón como manta y como único techo. Ese cartón que, en su momento, debió contener algún producto frágil y altamente inflamable fabricado en Francia. Aquel cartón que se había convertido en su casa. Una casa céntrica y con unas vistas espectaculares, en una zona de gran actividad social.
Y arropado de nuevo con su cartón, su fuego, sus copas de vidrio y su bandera de Francia cerró los ojos para evadirse al mundo de los sueños. Para dejar de ver a aquellas personas que pasaban a su lado sin verle, que corrían de un lado a otro haciendo las últimas compras de Navidad. Para dejar de ver aquellas parejas que se abrazaban y reían. Para dejar de ver a esos jóvenes enchaquetados y a esas chicas bien vestidas que los acompañaban a una grandiosa cena de Navidad. ¡A comer! ¡A reír! ¡A gastar!
Y cerró los ojos, para dejar de ver aquellas luces que alumbraban todo el centro de la ciudad como si fuese de día, anunciando la llegada de las fechas de la “felicidad”, la “plenitud”, los “kilos de más” a causa de las copiosas cenas, los polvorones y turrones y los “regalos” que traen los Reyes Magos a niños mimados que de tanto que tienen no lo aprecian…
“Feliz Navidad…”
Y cerró los ojos… Para volver al interior de aquella casa acogedora, con su fuego en la chimenea, las caras copas de cristal y las fotos que le recordaban sus numerosos viajes por el mundo.


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